TRES NARRADORES

Jornada VI

TRES NARRADORES

Podemos proponer ejercicios técnicamente muy complicados. Pero, todo depende de cómo se planteen. Si proponemos escribir acerca de la relación de un dueño y su perro desde un narrador en tercera persona omnisciente y con el punto de vista ubicado en el perro, el bloqueo puede ser general. Pero, si facilitamos un par de ejemplos de cómo podría comenzar esa narración, de modo que el participante se pueda identificar con una forma de contar, las cosas serán mucho más sencillas.
Para esta ocasión hemos propuesto tres posibilidades. Hubiera estado bien trabajar todos sobre la misma, para ver las variaciones sobre un mismo tema. Pero los asistentes decidieron que cada cual utilizara la que quisiera. Se trataba de continuar uno de estos textos:

“QUEREMOS TANTO A GLENDA” (Julio Cortazar). Primera persona del plural.
“A la hora del estreno de Los frágiles retornos nos fue preciso admitir, melancólicamente triunfantes, que éramos muchos los que queríamos a Glenda. Los reencuentros en los cines, las miradas a la salida, ese aire como perdido de las mujeres y el dolido silencio de los hombres nos mostraban mejor que una insignia o un santo y seña. Mecánicas no investigables nos llevaron a un mismo café del centro…”

La modificación” (Michel Butor). Segunda persona omnisciente ominosa.
“Usted ha puesto el pie izquierdo sobre la ranura de cobre, y con el hombro derecho trata en vano de empujar un poco más la puerta corrediza. Se introduce entonces por la estrecha abertura frotándose contra los bordes, luego, la maleta de cuero oscuro graneado de color verde botella…”

“DON COSME” (un ejemplo, siguiendo el esquema de Tombuctú, de Paul Auster: Don Cosme es el perro y Fido el dueño). Tercera omnisciente con el punto de vista ubicado en el perro.
“Don Cosme, por el olor, era capaz de calcular el número de gin tonic que se había tomado Fido, incluso antes de que abriera la puerta. Esta vez se había pasado de la raya. Decidió acurrucarse debajo del sofá, medio tapado por los flecos de la manta de cuadros que lo cubría, para no verlo llegar dando tumbos.

Marco. Hay dos grupos de ejercicios similares a los propuestos. Pueden ser ejercicios sobre un argumento abierto, más creativos, en los que se facilite únicamente un marco que haga posible la identificación con la postura de un narrador o con una voz narrativa; o pueden ser ejercicios más formales, como escribir en primera persona tal párrafo de una novela, ubicar el punto de vista en otro personaje, o transformar parte de una narración dada en un monólogo interior. El camino más adecuado, generador de ejercicios que funcionen, siempre es, más que el análisis o la definición rigurosa, facilitar el proceso de identificación que permita realizar la práctica y el análisis posterior de los temas.

Repentización. En todos los casos, empezamos a escribir en la misma reunión. Siempre, se invita a cada participante para que lea su trabajo. Nunca se le insiste a nadie, por el contrario, se apoya la postura del que no quiere leer. Y se hacen comentarios destacando lo positivo, de aceptación, tras cada lectura.

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DON COSME

Don Cosme, por el olor, era capaz de calcular el número de gin-tonic que se había tomado Fido, incluso antes de que abriera la puerta. Esta vez se había pasado de la raya. Decidió acurrucarse debajo del sofá, medio tapado por los flecos de la manta de cuadros que lo cubría, para no verlo llegar dando tumbos. No necesitaba verlo, el olor lo delataba, por lo menos cuatro o cinco más que la última vez. Desde su escondite oía las tentativas de Fido para abrir la puerta, no debían quedarle llaves que probar. Cuando lo logró, cayó todo lo largo quedando su cara frente a la de Don Cosme.
La imagen era horrorosa, su amo rojo como un tomate, la mejilla aplastada contra la alfombra y de la boca, que parecía sonreír, se escapaba un hilito de saliva. Don Cosme, tedioso, salió de debajo del sofá, empujó la puerta con su pata derecha y se instaló en su mullido cojín. No se perdería el despertar. (Patricia Jato)

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El Ritual

Don Cosme, por el olor, era capaz de calcular el número de gin tonic que se había tomado Fido, incluso antes de que entrara. Le bastaba con oír los intentos por meter la llave en la cerradura para saber si debía acercarse a la puerta para orientarle hasta el sofá, donde se desplomaría mascullando no sé qué ininteligibles palabras, que ya sabía él lo que significaban: que esa noche no habría paseo...
Entonces lamía sus dedos dulces de alcohol de esa mano desmayada que, con un movimiento pendular, durante  unos instantes, casi rozaba el suelo, como si así le dejara constancia de que no estaba solo, de que él le cuidaría toda la noche. Después, se tumbaba a su lado, rozando levemente sus pies, para que pudiera sentir su presencia y su calor... así, hasta que saliera de nuevo el sol. (Mayte)

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LA MODIFICACIÓN

Usted ha puesto el pie izquierdo sobre la ranura de cobre, y con el hombro derecho trata en vano de empujar un poco más la puerta corrediza. Se introduce entonces por la estrecha abertura frotándose contra los bordes, luego, la maleta de cuero oscuro graneado de color verde botella, que se atora porque la puerta, necia, arrogante, se empeña en impedirle el paso.
El tiempo apremia. ¿Qué va a hacer? ¿Darle una patada, expulsarla, abandonarla y continuar su camino? ¡Impensable! Son más de veinte años juntos y usted es, ante todo, una persona fiel.
Escuche, es el pitido de salida. Tendrá que vencer la terquedad de la puerta o se quedará solo para siempre. ¿No oye el chillido de su valija? La presión la está ahogando. ¡Rescátela de una vez, hombre! Eso es, tire con fuerza, ¡sin magullarla! ¡Un poco más, forcejee, no se rinda! ¡Bravo, bravo! ¡Ya la tiene entre sus brazos! ¡Acaríciela, bésela, adórela…!
Y diríjase pronto a su compartimento, que lleva quince minutos obstaculizando el paso. (Soraya Puertas)

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DON COSME

Don Cosme, por el olor, era capaz de calcular el número de gin tonic que se había tomado Fido, incluso antes de que abriera la puerta. Parecía mentira verlo así: de joven apuesto, culto, licenciado en la Universidad de Deusto en Economía y Empresariales, se había convertido en un ser totalmente abyecto y pusilánime. Todo, por no querer llevar las riendas de una empresa familiar dedicada a la industria naviera, en declive en los últimos tiempos.
Demasiado débil, demasiado sensible, o demasiado lúcido como para plegarse a los intereses familiares, contrapuestos al futuro de sus trabajadores. Sólo se relajaba con cantidades ingentes de gin tonic, hasta que, el etílico le hacía perder cualquier síntoma de consciencia.
Pero esta vez, se había pasado de raya... Se advertía su presencia tambaleante, por el sonido de una llave que chocaba repetidamente en una cerradura que no acertaba a abrirse. Decidió, acurrucarse debajo del sofá, medio tapado por los flecos de la manta de cuadros que lo cubría, para no verlo llegar dando tumbos. Después de varios intentos, oyó caer el clik de la cerradura, y de forma súbita, un cuerpo pesado y maloliente se abalanzó sobre él, y Don Cosme pensó: ¡qué vida tan perra! (Sara Soto)

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FIDO Y DON COSME

Don Cosme, por el olor, era capaz de calcular el número de gin-tonic que se había tomado Fido, incluso antes de que abriera la puerta. Esta vez se había pasado de la raya. Decidió acurrucarse debajo del sofá, medio tapado por los flecos de la manta de cuadros que lo cubría, para no verlo llegar dando tumbos. Don Cosme estaba mayor, tenía reúna, le dolían las articulaciones de las patas de atrás. Y estaba harto. Por fin, Fido acertó con la llave al séptimo intento. Entró, y se dejó caer en su sillón.
Don Cosme no entendía a los humanos. Entendía perfectamente todo lo que le decía Fido, le seguía en sus elucubraciones, le gustaba cuando le hablaba de Freud y Lacan, era feliz cuando le leía a Borges o a Virginia Wolf. No era eso. Lo que no entendía era su incoherencia sentimental, sus gustos. ¿Por qué había dejado que se marchara Laura? ¿Por qué la había perdido? ¿Es que era tonto y no notaba cuando ella necesitaba que la abrazaran? Laura era un cielo que desprendía calor, olía a una mezcla sabrosísima de espliego, tierra mojada y lluvia, y sabía entender o transmitir cualquier cosa con la precisión de un solo gesto. Don Cosme no tenía más que mirarla a la cara para saber lo que pensaba. Y le gustaba.
Los problemas empezaron cuando apareció Vane. Don Cosme no hubiera sabido decir qué le había parecido más insoportable, si la voz que ponía cuando coqueteaba con Fido o el perfume estridente que llevaba encima. Don Cosme no sabía qué pensar ni qué contestar cuando Fido le preguntaba, pero ¿te has fijado qué tetas tiene? De acuerdo, él también había tenido muchos encuentros ocasionales con hembras, pero, incluso en esos casos, se fijaba en otras cosas, en la mirada, la suavidad de los gestos, de disponibilidad y, sobre todo, en el olor. Sin embargo, para una relación estable, para compartir la vida, Don Cosme siempre había buscado cualidades más profundas, más humanas, en sus parejas, independientemente de su sexo. (Gabriel)

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CORTAZAR, Julio. “Cuentos completos /2”. (p. 332,333). Alfaguara. Madrid. 2004.
BUTOR, Michel. “La modificación”. (p. 9). Seix Barral. Barcelona. 1969